
Nunca más otros COMICOS, como los que yo vi en mi juventud, y que tanto me hicieron reír, como Chaplin, Cantinflas, Sandrini, así como tantos otros, yo vi todas esas películas; las vi todas, no una vez, sino varias hasta aprenderme de memoria sus chistes y sus chascos. Era su sencillez, su encanto interior, el don que Dios otorga a uno quizás entre cincuenta millones de seres; la facultad de observar, de reír y trasmitir a otros de modo tan peculiar que no puede remedarse.
Ellos eran adultos que nunca salieron de la infancia. Reunían en sí lo mejor de la condición humana; la inocencia que mira cuando existe con un sentimiento de maravillas. Poseían la facultad de descubrir la secreta verdad de cada uno, ese cálido rincón del alma en que bullen la risa y la fantasía, el buen humor, la música, el afecto.
La mayoría de los hombres nos hacemos tan reservados, tan civilizados, que adoptamos una máscara y con ella vamos por la vida, con un aspecto grave y dándonos importancia. A eso le llamamos… ser adultos. Y así estamos todos, con nuestro traje de adultos, nuestras ocupaciones de adultos, apremiando a nuestros hijos a que se hagan adultos con la mayor rapidez posible.
¿Y qué se ha hecho entonces de la alegría? ¿Por qué la música suena tan lejana?
Pienso que tal vez ellos en sus fueros mas íntimos se negarían a ser adultos y en eso estaba la calve de su comicidad. Donde quiera que ellos estaban había música, había alegría, alborozo general. Y cuando se mostraban tristes los veíamos tan horriblemente tristes que hasta en eso hallábamos motivo de regocijo y así nos reíamos y olvidábamos algunas de las causas de nuestras propias tristezas.
La Comicidad produce efectos bienhechores, y eso era lo que lograban ellos; ALEGRAR EL MUNDO…
Manuel Dutra
En memoria de un ser Maravilloso
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