Penetré en la habitación en la cual sufriste tanto.
y me sentí conmovida porque no había en ella rastro de tu llanto,
ni el eco de tu ira contenida.
Y las lágrimas fluyeron a mis ojos
y lloré tanto que me sentí vacía,
pues ni mi mano enjugó su llanto
ni mi palabra mitigó tu herida.
Y te dormiste en el silencio de una noche eterna,
noche que no quiebra la llegada de otro día
sin llevarte mi adiós de despedida.
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