Cecilia había soñado desde niña, conocer Hawai, sería porque veía seriales que mostraban ese país como si fuera, diferente al resto del mundo, con sus playas sus palmeras, las hawaianas cantando el aloha, y tuvo suerte; su tío Santiago sabedor de sus ansias le regaló el día que cumplía 20 años, su más preciado anhelo, su pasaje y cierta cantidad de euros, y ahora, el avión en el cual estaba viajando estaba aterrizando allí.
Al descender los pasajeros, chicas vestidas con faldas de paja y collares de distintos colores, iban colocándole uno a los visitantes, diciéndoles “aloha”, mientras bailaban sus bailes tradicionales.
Después de pasar los trámites aduaneros, tomó un taxi y le dijo al conductor que la llevara a un hotel que no fuera muy caro; este se dio vuelta, la miró con una sonrisa y le dijo: eso no existe en Hawai, el más modesto le saldrá aproximadamente 500 euros, por día.” Dios” dijo Cecilia, si tengo que pagar esa cantidad tendré que irme pronto.
Bueno, le dijo el conductor, que resultó ser un hawaiano simpático, si a usted no le importa pasar sus vacaciones en una casa modesta, le hago un trato; yo le ofrezco una habitación y usted en cambio, para ir a todos los lugares que quiera ir, toma mi taxi y yo le cobro por ellos..
Acepto encantada, dijo ella, entonces vayamos a su residencia, porque verdaderamente me siento muy cansada.
El taxi paró en un bungalow, propio de esos lugares, descendió él y la ayudó a bajar las valijas, abrió la puerta y la hizo pasar. Cecilia quedó asombrada, el piso del living era de vidrio de un espesor muy grueso, debajo del cual nadaban cantidad de peces de colores.
Usted me dijo modesta, pero en realidad es muy hermosa.
Quizás tener una casa propia para mí era un sueño como para usted venir aquí.
Cecilia entonces, le preguntó por su nombre, ya que vamos a compartir la casa por algún tiempo, debemos saberlos. El mío es Cecilia Alaniz y ¿ el suyo?
Sergio Delmar, le contestó él, pero venga, le voy a mostrar su habitación, eso sí, tendrá que arreglar la cama, le daré las sábanas y demás. Cecilia lo siguió y entró al que iba a ser su dormitorio y lo encontró acogedor.
Sergio le trajo lo prometido y le dijo que se retiraba, para seguir trabajando y que si tenía hambre, le daba permiso para buscar algo en la heladera. Mañana, comenzará a hacer realidad su sueño.
SEGUNDO CAPÍTULO
Ya sola, hizo primero la cama y después depositó sobre ella, primero una valija, la abrió colocando su ropa en una cómoda que allí había, luego hizo lo mismo con la segunda.
Después, ya que se lo habían ofrecido, fue hasta la cocina y se preparó una taza de leche.
Ya en la cama, comenzó a pensar; todo había pasado tan rápido, que no se dio cuenta que había aceptado compartir la casa con un desconocido. ¿Y si no era lo que aparentaba ser? Pero que ganaría con ello. Si le confesó que no podía pagar hoteles caros se dio cuenta que no era una turista rica, allí se detuvo ¿ y si le hubiera mentido?
Tenía que averiguarlo. Con él no podía, lo mejor era por teléfono, con toda seguridad que habría uno en la casa, se levantó de un salto, fue hasta el living y allí lo encontró, no así una guía que le permitiera saber número de hoteles. Recordó que en su país información de guía era el 122 y ¿si fuera universal? Lo discó y aunque no era lo que ella quería, la voz gentil que la atendió, al saber el motivo de su llamada, le dio el número requerido.
Llamó entonces, pero previamente fue a buscar su agenda para anotar en ella los nombres de los hoteles y sus números correspondientes, uno de ellos era el Machu Pichu y el otro Waikiki Beach, inquirió el precio de una habitación “single” y se quedó impresionada, porque aún le pidieron más de lo que Sergio le había dicho. No le había mentido.
TERCER CAPÍTULO
A la mañana siguiente, se levantó temprano, se dio una ducha y se vistió para ver todos los lugares posibles. Sergio se levantó después que ella, había trabajado hasta tarde, porque su parada era en el aeropuerto. Ella le dijo: que le parece si yo hago el desayuno para los dos y cuando hayamos terminado de pasear me lleva a un supermercado y yo hago las compras para no gastar las cosas suyas y sentirme un poco más libre en la cocina.
El lo aceptó con una sonrisa.
Bueno dijo ella, ¿dónde me va a llevar primero?
Quizás lo que más le guste sean nuestras costas bordeadas de palmeras, parecen un paraíso.
Me parece estupendo.
Aquella mañana fue mejor de lo que había soñado.
La playa “ De la vista” era una de la más bellas, se extendía a lo largo de 17 kilómetros, luego la de “Lanikai y La de la Mujer” que la dejó intrigada el nombre, pero Sergio no sabía el porqué.
Fueron al supermercado donde compró todo tipo de frutas, así como elementos para un buen desayuno y cena porque el almuerzo lo tomaban donde se encontraran.
Cecilia corría con todos los gastos porque era lo acordado. Luego Sergio le dio a elegir si quería quedarse en el centro para distraerse con las múltiples novedades que allí había o volver a la casa a descansar. Prefirió volver a descansar, y él volvió al aeropuerto a trabajar.
Preparó la cena, cenó y guardó para Sergio, una porción en el calienta platos.
Lavó, puso todo en orden, se dio un baño y se acostó con la satisfacción de aquel paseo que recordaría toda su vida.
A la mañana siguiente, esperó a Sergio para desayunar y salieron. El le dijo que la llevaría a ver practicar snokerting, para lo cual tuvieron que ir en un bote que se especializaba en alejarse de la costa, se les llama proveedores de servicio, pues en él le dan a los pasajeros que quieran practicarlo una especie de máscaras y se introducen en la boca una especie de boquilla o cánula por la cual respiran, Sergio le preguntó si se animaba titubió al principio, pero había llevado su malla y además no se hundían
muy profundo, así que se animó.
Allí vió los arrecifes de coral, de los cuales se dice que en ese sitio, se encuentran los más bellos del mundo, también delfines, tortugas marinas, peces tropicales, etc.
CUARTO CAPÍTULO
Cuando volvían Sergio le dijo que anclado en el puerto había un transatlántico llamado “ El Tanga Tanga” al cual subían cantidad de turistas, ya solas o en grupos y que después del límite de 300 personas, zarpaba una isla no muy lejana. Habían bailes donde las jóvenes hawaianas, sacaban a los caballeros y los jóvenes a las damas.
Se sacaban los zapatos y tenían que tratar de seguir el ritmo de ellos. El ticket era algo costoso, pero valía la pena., Cecilia meditó y decidió ir, era algo tan inusual, para ella
Que se entusiasmó, le preguntó si tenía que abonar el ticket al entrar al buque, y le contestó que no, pues cuando llegaban al límite fijado, no se vendían más; pero que si quería ir al volver a su parada al aeropuerto, lo compraría. Aceptó encantada, pero le dijo, que lamentablemente, debido a su alto costo, no podía invitarlo. Le contestó que él había ido varias veces acompañando a damas turistas mayores, que le pagaban a él, para ir acompañadas y agregó;” a usted la sacarán enseguida”.
Al llegar se acostó para estar descansada y para pensar que vestido se pondría, pensó y pensó hasta que se decidió por uno negro que tenía un gran escote, pero allí en Hawai, eran usuales las desnudeces Se levantó, lo sacó de la cómoda, junto con una percha que había en la misma, lo colgó, se volvió a acostar y mirándolo se quedó dormida.
QUINTO CAPÍTULO
El espejo le devolvía su imagen y le sonrió, porque se veía muy bien. Colocó alrededor de su cuello un chal de gasa, dejándolo caer hacia atrás, lo que hacía más elegante el conjunto.
Sergio golpeó con delicadeza la puerta, y al abrirla, dejó escapar un silbido de admiración.
¡Que bella que está usted!
Gracias, le contestó, ¿nos vamos?
Con una graciosa reverencia le contestó, “a sus órdenes señora, cuando usted guste “.
Llegaron al muelle y el transatlántico lleno de luces parecía irreal, Cecilia se sentía como viviendo un sueño, y no era para menos, todo allí era atractivo, deslumbrante.
Sergio la acompañó hasta entregar el ticket, allí le deseó que se divirtiera y se retiró.
Entró al salón principal del buque, damas y caballeros, vestidos elegantemente departían. Una orquesta dejaba sentir una música suave. Miró a ver si encontraba a alguien que al igual que ella, estuviera sola, para así entablar una posible amistad a bordo. Había una linda chica de cabellos rubios que parecía estar haciendo lo mismo que ella, se acercó y se expresó en español, para su sorpresa le contestó en el mismo idioma. se presentó y ella a su vez, dijo llamarse Lucía Villalba, y se manifestó aliviada de tener con quien conversar. Pronto sabían de la vida de cada una.
Por un parlante las llamaron al salón comedor, para así servir la cena.
Cuando todos estuvieron sentados, el capitán que estaba a la cabecera de la mesa principal, se levantó y dijo en diferentes idiomas :bien venidos, deseo que disfruten su estadía a bordo, luego de la cena habrá baile, y a la media noche llegaremos a la isla.
Los que deseen pasar la noche en ella, hay bungalows, para su estadía, tendrán que estar en cubierta para así, darles los números que les correspondan, a la izquierda, las parejas y a la derecha los que viajan solos o hermanos o amigas. Terminó de hablar, levantó su copa, pidió a todos los presentes que hicieran lo mismo, para brindar por una noche especial
SEXTO CAPÍTULO
Después de una excelente cena, tal como había dicho Sergio, jóvenes hawaianos preguntaron quienes estaban cumpliendo años de casados, de varias mesas hubo manos levantadas y fueron a sacarlos a bailar, las damas con los jóvenes y los caballeros con las danzarinas. Fue muy divertido, porque les hicieron sacar los zapatos y tratar de seguir sus movimientos, algunos ya eran de cierta edad, pero igual trataron de imitarlos.
Fueron muy aplaudidos.
Luego la orquesta comenzó a tocar distintos tipos de música, Lucía y Cecilia, fueron invitadas casi enseguida por caballeros formales, le llamó la atención a Cecilia ver cantidad de hombres de Arabia Saudita, pero ellos eran los dueños del petróleo, no era raro, que estuvieran en todas partes del mundo.
Se sentía feliz, estaba cumpliendo un sueño largamente acariciado, todo era alegría, vida; en un intervalo, le preguntó a Lucía si quería bajar con ella a la isla a lo que contestó afirmativamente.
Cuando sonaron las doce, fueron a cubierta y esperaron en fila a que les dieran el número del bungalow que iban a ocupar. Les tocó el 24, les correspondía ir a la derecha., riendo fueron buscándolo, al llegar abrieron la puerta y al entrar alguien la aprisionó entre sus brazos, oprimiendo algo sobre su nariz y por más que quiso librarse de quien la sujetaba, fue perdiendo poco a poco la conciencia..
SEPTIMO CAPÍTULO
Fue emergiendo poco a poco de la oscuridad que la rodeaba, con dificultad trató de ver donde estaba. Yacía en una cama cucheta, le llevó tiempo sentarse, todo le daba vueltas, pero pensó en Lucía y eso la animó a tratar de ver si a ella le habían hecho lo mismo.
Ya, en el suelo la vió Estaba en la parte superior de la cama, también vió otra cama cucheta con dos jóvenes, inconscientes, en ella.
Tenía que pensar con claridad, buscó el baño y se lavó la cara con abundante agua, su cabeza comenzaba a despejarse, tomó una toalla, la empapó y volvió a tratar de hacer reaccionar a Lucía. Esta al sentirse mojada comenzó a abrir sus ojos, demoró en sentirse bien.; entonces le dijo, vamos a ayudar a esas chicas ya que todas estamos en el mismo lío.
Al cabo de un buen rato, estaban las cuatro en condiciones de hablar con sentido.
Una de las jóvenes sólo hablaba inglés, la otra era francesa, pero como Cecilia hablaba el inglés y Lucía el francés, no hubo problemas en hacerse entender.
Sus nombres eran Antoanet y Mary.
Alguien tenía que tomar la posta, y fue Cecilia, la que decidió tomar el mando, y así les dijo: esto es un secuestro, pero me temo que el fin no sea por dinero sino por algo peor.
Vamos a ser vendidas, quizás a ricos árabes que ví, en el salón comedor. Lucía lo explicó en francés, y Cecilia en inglés. Debemos salir de aquí antes de que vengan a buscarnos, por suerte despertamos de la anestesia antes de lo que suponían, ahora el asunto es ver si hay alguien vigilando la puerta.
Se acercaron a ella y…sí…había dos hombres probablemente hawaianos.
No tenemos armas ninguna de nosotras, dijo Lucía, a lo cual le dije, pero trataremos de hacernos de algunas, por suerte no le dieron importancia a nuestros bolsos de noche, yo tengo en él fuera de las pinturas una tijera de uñas y una lima, ¿tú tienes algo?
No, contestó, pero vamos a preguntarle a las otras chicas.
Les explicamos y por suerte las dos tenían, pero preguntaron que podían hacer con ellas.
Más vale algo que nada, mientras yo decía esto, miraba el bungalow que estaba hecho de cañas de bambú. Vamos a tratar de sacar algunas cañas, quizás algunas estén flojas, sobre todo en el techo y uniendo la acción a la palabra, me subí
a la parte superior de la cama cucheta y comencé a recorrer con mis dedos, las posibles flojas y encontré…dos; hagan ustedes lo mismo, lo ideal sería tener cuatro, con una de las cañas arrancadas por mis manos, comencé en la parte quebrada a formarle punta con la tijera primero y con la lima después, quedó con una punta que si bien no era muy fina, servirían para clavársela a quienes entraran a llevarnos.
Las otras viendo mi tarea, se entusiasmaron y al cabo de dos horas cada una tenía su propia arma.
Bueno dije yo, que pasé a ser la jefa del grupo; tenemos que volver al barco antes de que amanezca, así, que tenemos que gritar para los que están afuera entren para hacernos callar. Con Lucía quedaremos detrás de la puerta, así, cuando esta se abra no nos verán y las atacarán a ustedes dos, sé que ustedes no se animarán, pero cuando Lucía y yo saltemos sobre ellos, sé que nos ayudarán.
Y del dicho al hecho, ellas comenzaron a gritar, se abrió la puerta que nos ocultó a las dos., los que entraron iban a golpear a las jovencitas, cuando nosotras ya sobre ellos les clavamos repetidamente nuestras improvisadas armas y allí entraron las otras o sea que entre las cuatro los dejamos fuera de combate.
No podemos dejarlos sin atar, porque lo primero que harían, sería ir a delatarnos.
¿Porqué no rompemos las sábanas y los atamos con ellas?
Buena idea, por suerte eran finas y no sólo le atamos las manos y pies sino que los acostamos y pasamos nuestras improvisadas cuerdas por arriba y debajo de las camas y para redondear el trabajo, les pusimos un buen trozo de las mismas en sus bocas.
Bien dije yo, ahora viene una etapa difícil, tenemos que llegar al barco y ocultarnos.
¿Porqué? dijeron, no entendemos.
Es que no se han dado cuenta, ese transatlántico es el medio que usan para la trata de blancas.
Después de traducido todas expresaron su horror, y ¿cómo haremos para escondernos?
Ya lo pensé dije, vieron esos botes que están tapados de lona, ese es un buen escondite, podemos estar de a dos, así nos sentiremos con menos miedo, tenemos que salir ya, creo que todo debe estar tranquilo, pues después de una noche de farra, todos deben estar descansando, pero igual debemos tomar precauciones por las dudas y llevar nuestras armas.
Pero dijo Antoanet, al llegar al puerto nos verán
Quizás no se den cuenta, pues en la llegada la gente se amontona para bajar y en ese borbollón, nos entreveraremos. Bueno salgamos y que sea lo que Dios quiera.
OCTAVO CAPÍTULO
Llegamos al barco sin problemas, no sucedió lo mismo con los botes, los cuales estaban fuertemente amarrados, pero con la ayuda de las tijeras los aflojamos lo suficiente, como para escurrirnos adentro. Antes de hacerlo, Cecilia y Lucía, le comunicamos a las otras dos, que debíamos permanecer calladas, porque ya en el interior del mismo, no podríamos saber lo que sucedía afuera y quizás al hacerlo nos podríamos delatar nosotras mismas..
Ya, en la oscuridad en que se encontraban, Cecilia reflexionó mucho acerca de todo lo que había sucedido y llegó a la conclusión de que no era posible que Sergio tuviera la casa que tenía con la ganancia del taxi, recordó que pidió direcciones de hoteles y precios porque había desconfiado de la excesiva amabilidad del mismo.
NOVENO CAPÍTULO
Despertó con el suave balanceo del barco a navegar. Sintió que el sol calentaba la lona del bote, y poco a poco pasos y voces que se fueron acrecentando al correr de las horas.
Luego el atraque a puerto, La voz del capitán a través de un alto parlante, despedía a los pasajeros diciéndoles que todo había sido satisfactorio tanto para ellos como para la tripulación y que esperaba que volvieran a disfrutarlo de nuevo. Mientras él hablaba levanté un poco la lona y ví que la mayoría seguía atenta las palabras del capitán; despacio le hice señas a Lucía para aprovechar esa oportunidad.
Salió primero ella y luego yo, nadie se había percatado, fuimos al otro bote para ayudar a Mary y Antoanet, nos unimos al grupo de los que ya estaban bajando y dimos las gracias a Dios, cuando pisamos tierra.
Nos fuimos lentamente y luego de estar a una distancia prudencial, les dije: no conviene hacer ninguna denuncia, porque todo esto pertenece a la mafia y nos perseguirían a través de todo el mundo. Vayan a su hotel, hagan sus valijas y váyanse lo más pronto posible. Yo haré lo mismo, pero antes tengo una deuda que saldar. Todo esto fue traducido, tanto Mary como Lucía y Antoanet, me abrazaron llorando y agradeciéndome por todo lo que las había ayudado. Llamamos un taxi y se fueron las tres juntas.
Yo las miré irse emocionada, porque las había salvado a ellas y a mí de un destino peor que el de la muerte.
CAPÍTULO DIEZ
Sabía que a esa hora, Sergio estaba en la terminal del aeropuerto, transportando pasajeros. Llamé un taxi y me hice llevar a la calle de él, pero me bajé una cuadra antes.
Esperé que el auto desapareciera de la vista y me encaminé a la vivienda.
Sergio dejaba la llave dentro de una maceta por si yo quería salir, cuando él no estaba.
Deseé fervorosamente que se hubiera olvidado de sacarla, tuve suerte, estaba allí.
Entré, fui directamente al que fuera mi dormitorio y me cambié de ropa y zapatos.
Luego comencé a guardar mis cosas en las valijas, las llevé a la puerta y luego entré al dormitorio de él, quería ver si encontraba alguna pista que me demostrara que era culpable. Estaba muy bien amueblado, ví un escritorio y hacia él me dirigí. Comencé abriendo los cajones, uno estaba cerrado, por lo cual munida de mi útil tijerita intenté abrirlo y lo logré. Me llamó la atención una hoja con varios nombres, pero cuatro habían sido subrayados, Lucía López, Antoanet Busquet, Mary Ford y Cecilia Alaniz…yo.
No habíamos sido elegidas al azar, teníamos algo en común, éramos jóvenes, bonitas y estábamos…solas. Mis sospechas se confirmaron, Sergio era un miembro de la mafia que se dedicaba a la trata de blancas. Quien sabe cuantos más estarían involucrados en ello, pero no sería yo la que lo averiguaría. En el mismo cajón había un revolver y un gran fajo de billetes; reflexioné, con seguridad ese era el pago que había obtenido por todas nosotras, nos entregó como en una bandeja, decididamente lo tomé y lo guardé en mi bolso así como el revolver. Salí de la habitación, fui hasta el living y pedí por teléfono al número que era de la guía telefónica, que me dieran números para solicitar un taxi. Lo esperé allí, vino, guardó el conductor mis maletas y le pedí que me llevara al hotel Machu Pichu, era uno de los que había anotado en mi agenda.
Ya en mi habitación, después de inscribirme en el mismo, miraba la espléndida
vista que se desplegaba ante mis ojos, en verdad, Hawai era hermoso; la pena que entre sus ciudadanos, hubiera hombres como Sergio, pero me imaginé que sería igual en todas las partes del mundo
Y, pensando en la catadura moral de aquel sujeto reflexioné, o me iba de vuelta a mi país, a m i vida de siempre, o trataría de verlo para recriminarle lo que había hecho.
Eran tan grandes mis ansias de darle un susto, que al igual que un rompecabezas, armé en mi mente, todos los pasos a seguir. Primero: ir a su casa en las horas que él acostumbraba a estar, segundo, con precauciones introducirme en la parte trasera de su auto, y allí escondida, esperarlo para decirle lo vil y despreciable que era.
Me acosté y mi cabeza seguía girando, quería venganza, no sólo para las que ya había vendido, sino también para Lucia, Mary, Antoanet y yo.
A la mañana siguiente, me levanté temprano, saqué el revolver de mi bolso, ví que estaba con toda su carga, me puse guantes y lo limpié cuidadosamente, para no dejar mis huellas en él. Lo volví a guardar, me pregunté si de ser necesario lo usaría, según se presentaran las cosas, sí.
CAPÍTULO ONCE
Bajé a desayunar al comedor del hotel y luego salí, como este estaba ubicado en el centro, fue un placer recorrer los distintos comercios, donde se vendían toda clase de souvenir. Me abstuve de comprar algo, no era el momento.
Pasado el mediodía, almorcé los típicos platos de Hawai, se basan en el pescado, no me gusta mucho, pero estaban bien aderezados.
Cuando salí del restaurante, tomé un taxi y pedí que me llevara a la calle de Sergio, pasamos por su casa, el auto estaba parado frente a ella, a la segunda cuadra lo hice detener y bajé, retrocedí, observé la casa con atención, todo parecía estar tranquilo, estaría descansando o comiendo. Me acerqué al coche no por el lado de la acera sino por el de la calle, abrí la puerta de atrás y me introduje en él.
No tuve que esperar mucho, sentí su alegre silbido, se notaba que no había entrado ni en mi habitación ni abierto el cajón de su escritorio.
Se sentó al volante y antes de que arrancara, me incorporé, le puse el revolver en la nuca, ¿pareces muy contento, cobraste mucho por mí? Dejó de silbar y por el espejo ví la incredulidad de su rostro, ¿ahora no silbas, no? Te das cuenta de lo inhumano de tu actitud hacia las mujeres, sobre todo con las jovencitas que recién se abren a la vida y tú como si fueran flores, las deshojas, las marchitas a cambio de dinero… eres despreciable! Volvió la cara lo más que pudo debido al revolver que yo sostenía muy firmemente en su cabeza, sonrió y me dijo, estoy seguro que no te animarás a disparar.
Lo siento le dije, pero es lo que pienso hacer, cuando te esperaba sólo quería darte una lección, pero después de verte y sentirte ya no tengo dudas.
A lo que contestó, no te has dado cuenta que tú estás en mi poder y sorpresivamente accionó el encendido del coche y partió a toda velocidad.
Fue tan sorpresivo el arranque, que casi hizo que se me cayera el revolver debido a lo resbaladizo de los guantes, pero lo volví a tomar con rapidez y lo puse de nuevo en su nuca.
Si ahora me disparas, nos matamos los dos, pero te digo, no te irán a buscar a la isla, pero te llevaré personalmente y quizás me divierta un poco contigo antes de devolverte
Porque estás muy buena, al sentir eso, no me contuve, no pensé en lo que dijo que a la velocidad que íbamos chocaríamos, disparé con todas mis ganas, ví como la cabeza de él, caía hacia un costado, rápida como una gacela pasé adelante y sobre el cuerpo de él, traté de tomar el volante, pero no llegaba a los pedales, sólo tenía acceso en una postura incómoda, debido al cuerpo de Sergio, rápidamente pensé que debía buscar algo que me detuviera, descarté los árboles y paredes, pues sería desastrosa la colisión, en eso ví dos amplios portones cerrados de hierro, me decidí, arremetí contra ellos, tenían múltiples adornos forjados en el mismo material, pasé a toda velocidad, los mismos cayeron hacia delante, pinchando con los adornos que saltaban hacia todos lados las llantas, el coche poco a poco, fue disminuyendo su empuje hasta que paró. Yo no esperé a que los dueños de esa casa alarmados por el terrible estrépito vinieran a ver que pasaba, dejé el revolver en la guantera y salí corriendo, busqué hacerlo al amparo de los árboles que oficiaban de guardianes a ambos lados del camino que llevaba a la casa, cuidé en la salida de no lastimarme con los trozos del hierro que después de todo eran los que me habían salvado.
Escapé a toda prisa del lugar y corrí un largo trecho, ya, casi desfallecida avisté una plaza, hice un último esfuerzo y me dejé caer sobre el césped de la misma.
Cuando recuperé el aliento, me dí cuenta que estaba en la parte trasera de ella, busqué su frente y me encontré en una avenida principal.
Saqué el peine de mi cartera para arreglar mi cabello, que con todo lo que había pasado lucía horrible.
EPÍLOGO
Después esperé el paso de un taxi y me hice llevar al hotel. Ya en mi habitación me tiré sobre la cama sin fuerzas ni para bañarme.
Pensé en lo que había hecho, no me arrepentía, las alimañas deben ser eliminadas y fue lo que hice. Él quiso darme una vida de muerte pero yo se la dí en un minuto.
A la mañana siguiente haría los trámites para volver a mi país, todo lo que conocí de Hawai, fue gracias a Sergio, pero todo ello formaba una tela de araña para atraparme. Sonreí, después de todo estaba orgullosa de mí misma, había sabido hacerle frente a mis problemas que comenzaron en el barco y con el dinero que era el de mi propia venta, podía comenzar a pensar dónde me llevaría mi próximo viaje. Dí un largo bostezo, me dí vuelta y me quedé dormida
FIN
AUTORA. GLADYS MURISSICH.
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