Quise volver a la casa vieja en la cual transcurrió mi niñez y mis hermanos su adolescencia.
Y estaba allí, parada frente a la puerta lustrosa otrora y ahora desgastada por el paso de los años.
Toqué el timbre, pensando que al abrirse sería como una cajita de música que dejaría escapar al exterior la alegría del ayer, pero la puerta se abrió y nada sucedió.
Una desconocida me preguntó qué deseaba y mi cajita de música se cerró.
Nada saldría ya del interior de aquel caserón. En sus paredes había quedado el rico historial del ayer, las voces de papá y mamá, mis hermanos cantando y mi hermana degranando hermosas melodías en el piano.
Dentro de sus muros yo me sentía a salvo de toda acechanza.
El mundo podía ser hostil afuera, pero el amor de mis padres nos dieron a mi y a mis hermanos el sentido del deber y el honor que nos acompañaron toda la vida.
La puerta se cerró y al verla tan vieja y opaca sentí que los años habían pasado por ella y por mí dejando en las dos el desgaste del tiempo.
Gladys Murissich
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