(a mis abuelos)
Cartas amarillas que escribieron mis abuelos,
aún atadas con la misma cinta que debió ser rosa
y que ahora deshilachada e incolora las mantiene unidas, todavía
con el perfume peculiar agradable y nostálgico del ayer.
Fueron y son tan hermosas en ese papel fino cuyas puntas de encaje
en algunas, denota la mano femenina, pero en todas cuánto respeto.
Leerlas es como desandar el tiempo, vivir por momentos la etapa
de aquellos seres que unieron sus sueños en esa correspondencia.
Y ahora entre mis manos esas cartas amarillas me conmovían
pero a su vez, sentía que profanaba algo a lo que quizás tenía derecho,
pero tenía derecho a conservarlas para que terminaran rotas y tiradas por manos profanas?
Medité mucho acerca de ello y finalmente decidí quemarlas
por mis propias manos, pues no sé si el principio de mi fin está cerca,
así que destruirlas con dolor y respeto sería el homenaje que les brindaba la nieta a esos abuelos que no conoció, pero que aprendió a querer por medio de esas cartas amarillas.
Prendí el fuego y de una a una las vi consumirse. Luego recogí sus cenizas, las puse en una caja y las llevé conmigo a la playa. Allí las volqué en el mar, pues aquellos seres habían llegado a nuestras costas allende los mares y quizás entre ola y ola llegaran a su punto de partida.
Gladys Murissich
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