Cuando llegó, no la sentí
no la esperaba, así como el hombre
no espera su muerte
que desde que nace, sus pasos va siguiendo
y va su propia vida consumiendo.
Quizás cuando advertí mi primera cana
añoré mi juventud perdida
pero estaba rodeada de mis hijas y la juventud de ellas
la sentía mía.
Sufrí muchas pequeñas muertes, la partida sin retorno
de mis padres, hermanos, esposo y amigos
pero también viví la dicha de tenerlos.
Y ahora allí, ante el espejo me miraba como a una desconocida
dónde estaban aquellos ojos grandes y brillantes que otrora tuviera?
Un rictus de amargura, enmarcaba mi boca, entonces me dí cuenta
que había llegado, poco a poco traicionera, al fin se había asentado.
Tuve ganas de gritar, de golpear las paredes,
gruesas lágrimas resbalaban por mi rostro
no lloraba a gritos, sollozaba en silencio ...
cuando sentí la vocecita de mi nieta:
porqué estás triste abuelita?
La levanté y la apreté contra mi pecho.
La niña en un gesto espontáneo me rodeó el cuello con sus manitas
y me dijo ... “Si tu estás triste abuelita también lo estoy yo y mamá
que te quiere tanto”
Aquellas palabras tan dulces y sinceras hicieron secar mis lágrimas,
la llené de besos y le dije: “Abuelita lloraba por algo que perdió pero
ahora está contenta por todo lo que ganó, y le da las gracias a Dios
por todos los dones que le concedió.
La hizo humilde, buena y generosa y
por más fuerte que fueron los golpes, nunca la cambió y le dio un
caudal de sueños, amor y gozos que valieron la pena vivir”.
La niña me escuchaba absorta como si comprendiera lo que estaba
diciendo, y es que yo misma comprendía en ese momento que la
vejez había llegado sí, pero mi vida se alargaba en mis hijas, en mis nietos
y todo ese bagaje de sentimientos yo lo había depositado en ellos,
eran una parte de mi misma.
Sonreí, la deposité en el suelo, la tomé de la mano, salimos al jardín
el sol brillaba en el cielo azul y con alegría le dije: ¡Qué bello es vivir!
Gladys Murissich
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