La Autora


Yo no estudie literatura.

Cuando quisehacerlo,encontré que mis

versos tenían que tener métrica, métricaque no dejaban

expresar mis sentimientos, apresándolos en ella, así que

escribí sintiéndome como un ave, volando con las alas leves,

sutiles, con fulgores áureos hacia un mundo arcano plegando

el vuelo en el espacio azul e infinito.

sábado, 3 de marzo de 2012

LA VEJEZ



Cuando llegó, no la sentí

no la esperaba, así como el hombre

no espera su muerte

que desde que nace, sus pasos va siguiendo

y va su propia vida consumiendo.

Quizás cuando advertí mi primera cana

añoré mi juventud perdida

pero estaba rodeada de mis hijas y la juventud de ellas

la sentía mía.

Sufrí muchas pequeñas muertes, la partida sin retorno

de mis padres, hermanos, esposo y amigos

pero también viví la dicha de tenerlos.

Y ahora allí, ante el espejo me miraba como a una desconocida

dónde estaban aquellos ojos grandes y brillantes que otrora tuviera?

Un rictus de amargura, enmarcaba mi boca, entonces me dí cuenta

que había llegado, poco a poco traicionera, al fin se había asentado.

Tuve ganas de gritar, de golpear las paredes,

gruesas lágrimas resbalaban por mi rostro

no lloraba a gritos, sollozaba en silencio ...

cuando sentí la vocecita de mi nieta:

porqué estás triste abuelita?

La levanté y la apreté contra mi pecho.

La niña en un gesto espontáneo me rodeó el cuello con sus manitas

y me dijo ... “Si tu estás triste abuelita también lo estoy yo y mamá

que te quiere tanto”

Aquellas palabras tan dulces y sinceras hicieron secar mis lágrimas,

la llené de besos y le dije: “Abuelita lloraba por algo que perdió pero

ahora está contenta por todo lo que ganó, y le da las gracias a Dios

por todos los dones que le concedió.

La hizo humilde, buena y generosa y

por más fuerte que fueron los golpes, nunca la cambió y le dio un

caudal de sueños, amor y gozos que valieron la pena vivir”.

La niña me escuchaba absorta como si comprendiera lo que estaba

diciendo, y es que yo misma comprendía en ese momento que la

vejez había llegado sí, pero mi vida se alargaba en mis hijas, en mis nietos

y todo ese bagaje de sentimientos yo lo había depositado en ellos,

eran una parte de mi misma.

Sonreí, la deposité en el suelo, la tomé de la mano, salimos al jardín

el sol brillaba en el cielo azul y con alegría le dije: ¡Qué bello es vivir!

Gladys Murissich

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